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LA AUTOFAGIA DE LA DECADENCIA

LA MARIPOSA DE VAN GOGH PIERDE EL POLVO DE SUS ALAS

El oropel de la obra de Vincent Van Gogh no aguanta más los focos de la fama. Su museo en Ámsterdam pretende salvar sus cuadros de la temible luz que los degrada, dejándoles vivir entre tinieblas. ¿Pero qué sería de la pintura de Van Gogh sin sus vibrantes colores? ¿Y qué sería de nuestra imagen actual sin su decorativa y virtual apariencia?

LA PULSIÓN POR LOS COLORES

La fuerza espiritual interior de Van Gogh trasciende sus pinceladas espesas y violentas sobre la tela, de colores brillantes y complementarios, aplicados con pinceles, la mano, la espátula o directamente del tubo de estaño.

Este afamado estilo se consolida durante los años 1886 al 1888. Él lo explica así: “En vez de intentar reproducir exactamente lo que tengo ante mis ojos, utilizo el color de una forma más arbitraria para poder expresarme con mayor energía”.

Es el 9 de febrero de 1888 cuando Van Gogh se instala en Arlés en busca de la iluminación y el colorido de la Provenza, huyendo del enjambre de hierro y luz de gas de la capital francesa. Allí pinta “plein air”, con episodios de delirium y alucinaciones (debidos en parte a la intoxicación por plomo proveniente de sus cremosos amarillos y blancos), y realiza ¡más de doscientos lienzos en quince meses!

La maravillosa plasticidad de sus óleos le lleva a plasmar todo lo que le rodea: desde los clásicos paisajes campestres hasta la modernidad de los cafés nocturnos, sus amigos, e incluso su habitación… En definitiva, todo lo que tiene ante sus ojos. ¿O lo que cree ver?

EL EXPRESIONISMO DE LA MENTE

Van Gogh utiliza las metáforas como recurso para describir el alma de las cosas. La serie de mariposas realizadas durante 1889 y 1890, simboliza para él la esperanza y el poder de transformación de los hombres y las mujeres. No olvidemos que él era un individuo enfermo y que vivía entre ciclos de exaltación y melancolía.

En una de sus misivas relata: «Ayer dibujé una polilla nocturna muy grande y bastante rara que se llama la cabeza de la muerte… « .

Se trata de un enorme lepidóptero de la familia de los satúrnidos (Saturnia Pyri), que traza con formas reconocibles -incluso con sus hipnotizadores cuatro ocelos-, añadiéndole una especie de calavera característica de la Sphinx tête de mort. Todo el dibujo está teñido de un tono verde-azulado, más alegre y acorde a un pavo real que los correspondientes tonos parduzcos. Parece una mariposa, pero sus antenas corniformes le delatan. Y es que como polilla no puede dejar de ser atraída por las luces nocturnas (que provienen de la pureza de las calas y de los tentadores farolillos rojos).

Es de hecho, una obra en la que se mezcla la vitalidad y la fatalidad, agorera del destino de nuestro postimpresionista más notorio –moriría poco después- y de su obra: la venganza póstuma de la polilla que no quiso ser eternamente mariposa.

ENCANTADA DE RE-CONOCERME

En esta era de las redes sociales existe un gran contraste entre la forma en que nos expresamos y la imagen que proyectamos. Quitamos los filtros de nuestras palabras para añadirlos sin mesura a nuestro aspecto, que en muchos casos solo es una ilusión “digital” o “cosmética” de nosotros mismos. ¿Hasta dónde estiraremos esta artificiosa tendencia cuando, como en el legado de Van Gogh, “madame decadence” haga acto de presencia?

Nos hemos acostumbrado a contemplar en los museos obras detrás de un grueso cristal, con luces deficientes o con una mala restauración, con una capa de suciedad o sin su policromía original; y no por eso dejamos de admirarlas, aunque hayamos perdido la visión de su brillo primigenio. Existe, por consiguiente, un encanto en la belleza de la decadencia. ¿Tal vez porque la decrepitud que nos devora autocompleta nuestro existir y nos devuelve al origen del ser y de las cosas?

Nos espanta que los famosos girasoles y las mariposas de Van Gogh “se marchiten” (se están oxidando sus pigmentos sintéticos por medio de la luz y el dióxido de carbono del aire: los vivos amarillos con cromato de plomo se oscurecen y los rojizos con plomo rojo se blanquean)…. Pero al artista le hubiera fascinado este poder camaleónico de la tonalidad de sus pinturas. Porque la autenticidad y la belleza, como predicaba el holandés, no está en la imagen de las cosas, sino en el espíritu de las mismas.

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